El Pajaro Loco
El Pájaro loco
Felipe Marchena, hombre de carácter festivo, rebosante, con quien en breves encuentros brotaba alegría contagiosa y ocasionalmente algún asomo del genio rudo. Porte aguileño de abajo arriba, hasta la nariz; cejas finas, bigote y patillas bien recortados tipo charro de los cincuenta; labios delgados de los que salían un cómodo Usted; y quijada de luna menguante; mirada sagaz, voz profunda con los pulmones quemados de tanto cigarrillo. Era el chalán de causas complicadas en las que plasmaba el genio y carácter sobre la acémila. Hombre conciente del tiempo laborado en función al bienestar del hogar -“que no falte”- De intenso chalaneo. En una ocasión, lo divisé a mediana distancia, cuando pasaba por delante de la granja, doblado más de lo normal adolorido, pues “Proletario” lo desensilló como nunca por un instante de descuido. – “oiga Ingeniero, se me arrancó como nunca y ¡felizmente que no pasaba ningún auto, porque sino, se completa!…-
Un tiempo con el auto en el taller, Felipe pasaba a pie, camino al criadero de Don Carlos González y ocasionalmente al abrir la puerta para respirar calle, nos reconocimos con amical saludo, sosteniendo la conversación sobre caballos y gallos. Estaba convencido que “Tunante” de su compadre Pepe Chocano, era el potro para “Margarita”, que luego parió su mejor cría. En más de una oportunidad, me comentó del “Pájaro loco”, gallo sin igual al cual no debíamos dejar de pasar la oportunidad para ser utilizado como padrillo. – “Impetuoso, elegante, porte ufano, calidad excepcional, ajiseco concho de vino (rosé), era imbatible” – , ojos naranja, alas de buena envergadura, hermosa cola negra con gallardetes blancos bien desplegada, que ocasionalmente flameaba complacida; de estructura estrecha, bien aplomado y proporcionado, cotejero, sobre patas blancas fuertes. Sólo quedaba probar sus crías. La penúltima vez antes de entregármelo, confesó que era despicado. Bueno, existen gallos que hasta en su jaba caen tan mal a los vecinos, que al primer descuido se patean uno desde adentro y otro fuera cuando no son muy seguras.
Con la emoción al verlo y confirmar su tipo, le acomodamos en la extensión que quisiera tal vez seis gallinas, que sólo tomaron una pequeña área contigua al depósito las cuales fueron echándose una a una que al fin de la incubación, reventaron los polluelos en camadas numerosas. El “Pájaro loco” fue devuelto, tan pronto estuvo por echarse la última gallina, pues no lo imaginaba dentro de una jaba.
Lo curioso, es que inicialmente al observar las nidadas desde la oficina, veía al inicio, como se agrupaban gallinas y polluelos a ratos, dependiendo la hora del día; luego, volvían a sus mayores espacios individuales o por pares. Hábito que mantuvieron los pollos una vez separados de la madre después del emplacado, emplumados a los dos meses de edad.
Encasillamos algo más de 20 pollos de buen tipo, “desde el Ajiseco prieto hasta el Panca”; a los 6 meses, hasta el inicio del tope, a no menos de 11 meses. De acuerdo a la conformación del más fuerte. Pollos despiertos, alegres, aunque no convencían al momento de tirar las patas. A fin de año, probamos los dos primeros, uno gana y el otro empata. Entran a la muda y en la temporada siguiente, salen los cinco primeros, con tablas, victoria y alguna pérdida; no convencieron aunque mi inquietud era saber que hacer con el resto de casillas. Pasan tres meses, y en la carretera divisa a Felipe que vestido con poncho marrón rayado, botas empolvadas y cañas sopladas a media canilla, esperaba la combi en el paradero del cruce. Giro la camioneta en media vuelta para recogerlo, comentando mi fraternal deseo de obsequiarle algunos pollos del “Pájaro loco” a ver como iban en sus manos; al fin, asunto concluido, con cinco talegas escogidas con rigidez por el criador y cinco por invitación al autor, quien no se fue muy convencido. Luego de varios meses, nos volvimos a encontrar, naturalmente la pregunta de cajón fue: ¿cómo le fue?. – “Oiga vea Ingeniero, los gallos tampoco metían cacho en mis manos, pero no sé que gallinas le habrá puesto” – Claro que fue tema de análisis, pues hacía poco tiempo llevé animales a Lurín y tal vez influenciaron factores exógenos del invierno, que concluyeron en lo anecdótico; aunque ¿las gallinas fueron escogidas?.
Felipe, ocasionalmente, asistió al Rosedal con talega o gallo en una mano y en la otra, sombrero cajamarquino de paja fina, tostado como su piel. Camisa blanca después del trabajo, abotonada casi hasta el cuello; manga larga, cinturón de cuero marrón con hebilla cromada, pantalón blanco de la misma muda y botas marrones desde las cañas, asentadas en horma delgada hacia la punta boleada y el cerco negro, de punta a punta desde los filos del taco algo desgastado. Vestido de chalán y alguna vez poncho marrón, recogido. Una vez pasada la puerta, peinaba la zona intuyendo la temperatura del ambiente, por si queda o regresa con los mismos ánimo, gallo y bolsillo.
Me parece que la pasión es un sentimiento tan fuerte, que nos identifica entre criadores y crianzas; fuerzas que llenan y cubren vacíos cotidianos.
La monarquía americana,
Concluye entronizada en el escritorio.
Carlos Cogorno Ventura
Pachacámac, 01 de Mayo del 2008.